05 abril 2019

El último poema



Allí donde hubo un árbol,
siempre queda una sombra.
Andrés Mirón



Me habló de él su dentista,
no de esa sonrisa de carpintero bigotudo que prodigaba,
sino de la gubia reflexiva y solitaria con la que labró sus versos:

“Fue un poeta de Guadalcanal,
Profesor de Instituto en Sevilla,
murió un puente del Pilar de no hace mucho
en un accidente de coche”.

Se apagó bajo el cielo desbordado de aquel octubre plomizo.

Unos días antes
—él no era de esos que trabajan a la sombra—
dejó en correos su último canto: “Cuando ya nada importa”
—esa extraña bola de cristal que atesora
el pensamiento de un poeta—.

Cerradas en el sobre sus palabras, selladas en silencio,
con la incertidumbre en el estribo del tiempo,
partieron como libertarias dispuestas al combate,
hacia el frente amable e inmortal de la poesía.

Así se separan poema y cantor: uno a su batalla, otro a su destino.

Volvía el hombre a su sierra, a su Monforte,
a hollar el granito cansado de la calle Costaleros,
a la lenta otoñada que ya prendía el castañar de Hamapega,
a la gélida llamada de metal que añora el cierzo
al traspasar la muda espadaña en La Consolación,
a esperar los verdes días de sol por venir,
de hierbazal de terciopelo, de jaral nevado de abril,
los días que llaman a la fe en el milagro de un pastor
que cayó de rodillas cerca del arroyo Guaditoca,
a la jovialidad de los ancianos jubilados por la tierra,
profusos en la alegría que desdeña sus canas,
y que sentados en cualquier banco musitan:

“Ese es el nieto de don Pablo.
Y dicen que es poeta”.

Después, sin más adiós que el de su pluma,
su vida pisaba aquel peldaño vencido.

Treinta flores trenzaban su corona de poeta
cuando aquel poema viajero,
ya huérfano del cantor y de sus manos, 
en silencio entreabría el color de sus palabras
en el estrado de algún tribunal lejano.

Villa de Aoiz, ¿dónde queda?,
¿en qué mapa marca su círculo negro?,
¿de qué oscuro color tiñe su otoño?,
¿qué profundos ríos ahogan sus vegas?,
¿qué viento dobla el bronce de sus duelos?,
¿hacia que montes habrán dejado
de cantar los versos de sus poetas?

Cinco sabios vieron en aquel silbo de Sierra Morena
el más personal y serio de cuantos arribaron.
Resolvieron el título del ganador: “Cuando ya nada importa”

Otra flor, una más, la más dolorosa, la última para cerrar
el trenzado de su, aún fresca, corona funeraria.

Y habló el secreto, su plica póstuma,
desde un Madrid que ya es cimiento en su recuerdo.
El Café Gijón, -el ara de los cantores-,
callaba cuando un tal Alberto de Cuenca dijo su nombre:

Andrés Mirón, Poeta de Guadalcanal…



Del libro "Poemas del Km.3"