13 octubre 2022

¡Escucha, escucha, es el Loco de la Colina!

Las noches de verano de principios de los ochenta no diferían mucho de las de ahora en cuanto a la temperatura. Si hablamos del ruido nocturno por las calles de Alanís, la cosa cambia... A falta de aires acondicionados, el escaso fresco que se ofrecía era el que podía entrar en la casa por los balcones abiertos toda la noche, con solo una cortina calada y con las persianas descolgadas por fuera de las barandas como barrera. A veces, hasta la cortina sobraba. Cuando se descorría, abríamos el paso al poco fresco que se movía sobre los adoquines y a todo tipo de insectos.

28 septiembre 2022

Otoño

Hoy bajé hasta el río para verte llover,
para verte colgar lágrimas de las ramas,
y los álamos ocres vieron que agitado
abrazabas de un soplo sus pestañas
y las dejabas caer secas al asfalto.

Hoy dejé de mirarte gris tras el cristal
salpicado de tu llanto de octubre.

Hoy salí a buscarte entre tus charcos,
por el fatigado granito de las callejuelas
caminé empapándome en tu aliento.

Entre la gente apenas te notaba,
pero estabas allí, haciéndote importante:
en las ropas con olor a oscuridad,
en las prisas por llegar a casa,
en mis manos ocultas de ti en mis pensamientos…

Hoy bajé de mi soledad para abrigarte,
para cubrir con mis brazos tu llanto gris,
y no te pude consolar como cada otoño,
pues no hallé calor en mis bolsillos.

"El reloj de letras"
Bubok editores, 2011

18 septiembre 2022

EL NIÑODEL CARTEL


 Seis años después 
del terremoto de Haití

Fue en la oficina de Correos.

Aguardaban, escritas y cerradas
en un sobre, tus palabras,
tu abrazo de papel en la distancia.

Descritas las sonrisas y el calor
de tus últimos caminos, el llanto
en tu lejana soledad,
la silenciosa voz de tus dedos
goteando en el teclado, 
mitigando el ardor de la nostalgia
y el deseo del tacto
que conserva celosa tu memoria.

Esperabas y el niño de un cartel,
polvorientamente sentado
sobre los escombros de antaño,
sobre las ruinas
su exangüe percha de andrajos,
traspasó tu aliento.
Su mirar desabrigado y desierto 
pudo cavar tu pecho:
te manchó de fango y hambre,
te llenó de lágrimas,
de procaces moscas, de sangre seca…

Era un cepillo de migajas,
una angulosa trampa de conciencias
fijada a un cristal blindado,
un ruego de flecos, de sobras
que removían corazones y  bolsillos.

Recordaste temblores
que arrancaron vidas de un soplo,
recordaste los cuerpos
que aún tiemblan
ante la infame resaca del olvido.

Almas que sucumben en las ruinas,
que resignan sus extrañas risas
al luto que les da la tierra.

Aquel cartel te pedía las sobras
de tus excesos para aquellos
que están lejos, en esa maltratada
porción del mundo,
para sus cuerpos despojados,
para su abundancia de pena
un poco de tu todo innecesario.
Ahora, en tu teclado silencioso,
sigues templando aquella ruidosa
sal que quebró tu garganta,
que incrustó aquella mirada en tu pecho,
que ansía el néctar del perdón
inquietando a los otros,
sus privadas lecturas
con la polvareda de estos versos
que se apilan como escombros,
con el hambre de estas palabras
como negras moscas procaces.

Ahogarlos, que vivan
en sus propias vidas fáciles el horror
de aquella sangre seca que aún
debería ser apretado nudo
en todas las gargantas del Mundo.

2 Premio
Memorial Rosario Martín de Marchena
2016

SAVIA LENTA



1

DE UNA RAMA ocre y recta de castaño
que el otoño grisáceo desnudara,
ha ingeniado el jornalero una vara
para darle al olivo con redaños.

Y las verdes olivas que dio el año,
que el hielo del invierno avejentara,
se van del olivar a la almazara
como hasta el matadero los rebaños.

Allí, con basto esparto por sudario,
sufriendo el peso infame del granito,
serán sus agrios huesos molturados

hasta sangrar sus restos olearios.
Su bálsamo dorado, crudo o frito,
será en la buena mesa festejado.


2

Cada año trae septiembre su rebeca
de esperanza al bracero del olivo,
levantando su frente del estivo
acarro polvoriento, de la mueca

amarilla del campo, de la seca
presencia de las fuentes, del festivo
letargo de calores, del esquivo
jornal que cosechó su faz reseca...

Entorna su mirada hacia el poniente
mientras raja en sus manos el terruño
y, aunque no sea amigo de plegarias

ni sayón de cofradía, entre dientes
al cielo le suplica alzando el puño:
“¡Ahora, envía tu lluvia, es necesaria!”


3

Mientras, mira a su hijo cara a cara
—ve en el tierno rubí de su mejilla
la infancia que él perdió cuando la astilla
de miseria en su casa se clavara—,

y le dice, con voz severa, clara:
“¡Que no encalle en el olivar tu quilla,
gobierna tu navío hacia otra orilla
allende de la márcola y la vara,

que es perenne la pena del bracero
como la hoja del olivo; que dura
su vida — álabe colmado — encanece

rindiendo su corazón tareero!”
Y mientras, en el olivar madura
al sol aún la aceituna y se ennegrece.


4

Cargado el membrillar se despiden las calores,
berrean su septiembre con celo los venados,
se ahuecan los nogales, se rajan los granados
y el campo espera nubes que rieguen con colores.

Despabila su cuerpo al rigor de los albores,
cauteloso el bracero, indaga precio, mercado
que la pena merezca, denarios al contado…
Ya consumó el olivar su carga, sus verdores.

Todo el año aparejando el alba de este día
para esmuñir sus ramas, su fruto venerado,
para alumbrar riqueza, sonrisa, regocijo

en casa del bracero, en la que convivía
la cruda incertidumbre, el jornal subvencionado,
la estrechez, el saldo y la resignación del hijo.

  
5

Bruñe octubre la noche con su luna
de nácar plateando nubarrones;
ya dio el otoño al olivar sus dones
y al bracero tranquilidad, fortuna...

Una nevada verde de aceituna
tupida carga extrema los chupones.
Dispuestas escaleras y esportones,
sonríe una mujer junto a la cuna.

Así pasan los años del olivo,
así la savia lenta de su tempo:
Como padres vigilan las alturas,

como madres celosos del cultivo;
así van los braceros por su tiempo
cavando en olivares sepulturas.

2º Premio 
XXXIV Certamen de Poesía de Exaltación al Olivo 
Ahigal (Cáceres)

NOMBRES PARA UNA FIESTA


NADIE me contó aquel ocho
de septiembre del año treinta y seis.

Un fanático incendio arrasaba desde el Sur:
costaba dos perras la vida, corrían
fratricidas la sangre y la muerte, cotidianas,
sin mirar la edad ni los achaques.
El viento hostil del odio atrincherado
en graníticas ideas
hería con sus huestes esta tierra.
Cavaban infames fosas de olvido
la intolerancia, la venganza…

El cierzo en la sierra olía a techumbre de otoño,
a buques de algodón preñados de montanera,
a verdeo en el olivar,
a chopo blanco de ocres salpicado.
El rojo sol se entregaba a su lecho
tras las sombrías llamas del cementerio.
Desde los campanarios pregones de bronce
llamaban a una fiesta que ardería
con el trueno de las balas.

Antigua rebeca de hilo traía la brisa
calle arriba erizando el pudor, la calidez
de las muchachas.
Los mozos alerta —inquieta sonrisa—
temían frío el abrazo del miedo.

Presentían el luto las esposas
ateridas a la madera entreabierta y agrietada
de los portales; la viudez
les rondaba, silenciosa llaga, los pechos;
la orfandad retaba el humus de sus entrañas.

Mis antepasados me hablaron siempre
de la fiesta: del hijo de un dios muerto,
cadáver en los brazos de su madre
y a la espalda alta una cruz
que se alaba estandarte del perdón.
Y la madre siempre avivando en su pecho
el puñal, el dolor eterno,
venerado símbolo que le humedece el rostro…

Pero no demuestra olvido
ni la quietud de una talla; ni su llanto estéril
puede perdonar, ni cavar la tierra…
Tierra que espera abierta enterrar la memoria
que desangra el lacrimal del recuerdo,
después de tanto tiempo…

Fue en el camión de un panadero:
se llevaron a los hombres,
los hijos, los padres… Y ellas quedaron
sin besos, sin abrazos,
para siempre vacías sus miradas,
sus ojos sin luz, lienzos de soledad,
cuerdas de silencio,
nudos que ataron su grito en los cuerpos.

Corto viaje entre tapias oscuras,
como malhechores,
tembloroso camino de negras piedras,
sudario de yedra, de árido musgo,
fuente encantada y arroyo negro.
Iba el miedo escondido en la tela blanca:
sombras contra el muro blanco,
nombres de cal, de cuneta nombres, nombres…

Rozó sus pieles el último sol, —¡Carguen!—
el último ocaso, —¡Apunten!—,
el único adiós… —¡Fuego!—
Gritó su palabra el lenguaje del odio.
Los fusiles blandieron su orden de pólvora y metal,
hurtaron al espíritu sus cuerpos.

Nada se oyó por las calles,
solo en el viento campanas de fiesta,
el secreto que para sí quiso el plomo
cebando el olvido de bronce.
¿Cómo una simple cerilla podría incendiar un lago?
¿Cómo callar una fiesta que marca
su fecha con sangre?

Un día, alguien me habló
del ocho de septiembre del año treinta y seis:
son hijos, sobrinos, nietos… aún van buscando
en aquella sal que brotaba constante,
en aquella mirada vacía,
en aquel puñal de luto eterno.

Todavía lloran — me dijo—, es esa fiesta gris,
de dolor, de rencor y memoria,
nombres que esperan en una fosa
que las campanas desvelen su secreto, la injusticia,
que vistan crespones negros, y volver,
volver desde ignota tierra
porque aún no han regresado al pueblo.

1º Premio 
LIII Certamen Literario Ciudad de Alhama (Granada)
(2016)

HABLEMOS


Detengámonos,
no veo el camino, mujer,
tal vez se haya terminado.

Detengámonos,
sobre estas piedras, pensemos,
aceptemos este trago:
ya cesaron las lluvias,
su empeño borró a nuestros pies
la senda que abríamos inertes
y al reemprenderla, sin fuerzas
se ahogaron en el lodo nuestros pasos.

Tanto prendimos la luz de la rutina
para cruzar la vida
entre falibles sombras…

Sin horizonte, poco avanzamos…
¡Qué indiferentes nos dimos
al otoño sayón del calendario!

Detengámonos, hablemos,
aliviemos de lastre nuestras almas:
tanto arrastrar errores
que debieron
barrer nuestros abrazos;
tanto ayunar calor, sonrisas, besos;
tanto omitir las palabras certeras
ante el temor a sus heridas…

De amar, mujer, nos olvidamos.

Hablemos ahora,
es el momento
que siempre postergamos,
purifiquemos la culpa,
la soberbia, liberemos
tanto perdón callado.

Hablemos del presente sin camino,
que cese la costumbre
en nuestro vuelo,
tomemos de esta noche los astros,
solo aquellos que nos unen
y juntos, mujer, amanezcamos,
que nos queda tiempo,
tracemos nuevas sendas
cogidos de la mano.

Mira el dolor de esas grietas
que secas abrieron nuestras huellas
de egoísmo sobre el barro.

Mira esas ovas que brotan
de la arcilla sanando cicatrices:
somos nosotros ese charco
y ese verde, mujer,
es el amor que desdeñamos.

Levantémonos ahora,
hablemos y amémonos
mientras andamos,
porque este es nuestro camino,
aquel que juntos comenzamos.

Accésit 
XX Certamen Literario Villa de Marchena
“Memorial Rosario Martín”
(2020)

CALLEJERO



Tras el cristal en prisma de la forja
vigilan las esquinas
amarillentas luces viejas.

La noche vaga despierta todavía
como la voz del pensamiento
escondida tras tus párpados.

Insomne, al fin doblegas tu pereza,
calzas tus pasos de franela
y con un té en el microondas
renovado humedeces el silencio.

Cegados los balcones,
callado el cemento,
triste la cal y a la soledad le abres,
con música de Zimmer,
la absorbente ventana del portátil.

De las calles que cómplices se ofrecen
desdeñas los quioscos que buscan
implicarte en tertulias e ideales,
también al charlatán que pide
te embadurnes en el barro de los foros:
pequeños incendios que provoca el poder
por un sillón que se le sube a la cabeza
clausurada la fiesta de las urnas.

Desdeñas por igual los aledaños
del negocio, de las cifras
que tornaron en mafia
aquel alevín juego del balón
que mantiene desde entonces
y en tu móvil un grupo de wassap
con tres o cuatro amigos.

Luego pasas la rueda del ratón por otras vías:
avenidas, bulevares de neón
con mil escaparates preescritos para ti,
para otros de tu especie por la mercadotecnia;
por todo el globo anda, especula
y todo lo que vende
te quiere hacer creer que necesitas
arrojándolo a tu cara como un beso
con la fuerza de un disparo:
plagios Levis made in China,
Viagra por un mail no deseado,
una silla de bebé sin sello de la UE,
el porno a domicilio, la mentira,
el culto al cuerpo,
el cuerno de un rinoceronte
o extinta la vergüenza
aún sin declarar especie protegida.

Eso sí, te gusta detenerte en las esquinas
donde de una fuente y gratis
mane lenta y bien tirada la poesía,
donde un texto de verdad se te ofrezca
con acento lírico, cadente y gusto meditado.

Y es ahí donde te sientas, aún sin banco
y escuchando como baja tu garganta
espumosa la tibia voz del verso,
te dejas conquistar, sensual acariciar
y algunas veces, si te excitas hasta escribes.

Entonces, sin pensarlo, un flash
y vuelve tu mirada entre brumas hacia ti,
hacia adentro,
y la sacas de esas calles
y ante tu ventana Acer
ahora espera un plano en blanco.

Y comienzas a buscarte y a encontrarte
en rostros y recuerdos,
tiempo ido que regresa y te explica
por qué tú no eres como otros,
y palabra por palabra,
relegas el habla al teclado, a la voz
que te dicta, te conoce, te construye
y te derrama solo, vagabundo,
todavía de noche y sembrando de verdad
los parterres olvidados
por las plazas de tu propio callejero.

2º Premio 
XIX Memorial Rosario Martín Villa de Marchena
(2021)

El anciano de la Rambla

Se sienta sobre su andador
bajo las palmeras, desdeña
esos bancos de lava tallada,
ásperos por la intemperie
que dicen es más sana
respirada junto al mar,
un mar gris, como su ropa,
que se ve, que puede olerse,
oírse deshacerse en espumas
abajo, al final de la rambla.

Son su piel y su pelo viejos,
su tez oscura, su gesto
paradójicamente alegre,
llano, sincero, o triste cuando
a veces pierde su mirada
entre esas palomas urbanas
que pasean indiferentes
su tosco plumaje de ciudad,
confiadas, como turistas;
mientras ellas picotean
del suelo las migas de la vida,
él desgrana de la suya largos
los minutos cada mañana.

Posa del revés en sus rodillas
un raído sombrero de tela
sobre el que cae lentamente,
casi imperceptible la nube
que exprimen los alisios
contra el pinar de la cumbre;
también la caridad, pobre
el metal que apenas remienda
en su destartalado cuerpo
los descosidos del abandono.

Las palomas, el viento, la gente
pasamos de largo. Él sonríe
a pesar de la indiferencia,
del forro vacío en su sombrero...

Y mientras sus labios musitan
con tenues hilos de voz
el mantra de la necesidad,
te preguntas por qué tu miedo,
la fingida ceguera, por qué lava
tu conciencia la desconfianza...

Pero sabes la respuesta,
sabes qué puerta debes abrir,
guardas cerca su llave y temes
usarla, temes las secuelas
de esa elección sin retorno,
y te falta el valor que exigen
la fe y el amor, ese abandono,
ese olvido de ti en el que mora
la libertad que tanto ansías.

En silencio te alejas, ocultas
el ser humano que pretendes,
el que alimentan las palabras
que escudriñan tus anhelos,
el bálsamo para tus dudas,
y que despierta en tu interior
cada vez que te hieren los filos
de la caridad, de la compasión...

Al cabo, cuando tu memoria
vuelva por la rambla al mar,
a la sombra de esas palmeras
siempre estará el anciano,
sonriendo sobre su andador,
seguirán el viento y las palomas
paseando indiferentes como
turistas, y los bancos de magma
ásperos, como tu corazón,
endurecidos, y con tu llave,
tal vez ya oxidada, aún
guardada en tu conciencia.

1º Premio
XXII Memorial Rosario Martín de Marchena (2022)