01 junio 2019

A Miguel Hernández

La vida te alumbró en su chozo austero
ausente a la labor de la cultura,
pastor de soledad, tu dentadura
rechinó a tu destino de yuntero.

Del surco seco, a golpe jornalero,
tu mano apalabró en la agricultura
la voz de libertad, con la armadura
que cruje el yugo al cuello temporero.

Mordió tu verso el llanto de la muerte,
saló tu huerto el mar de la amargura,
como el rayo, al que amó por sus canteros.

Siguió tu estrofa ciega de tu suerte,
huérfano de piel, fuerte de ataduras
te halló, inocente, tu sepulturero.