Hace
unos días la cartera me entregaba un sobre con matasellos de San Juan de Puerto
Rico (EEUU): “Viene de América”, dijo. Al abrirlo, un delgado libro, menudo y
de negras tapas se deslizaba entre mis manos. En él cobra vida un sueño grande y
luminoso: “Los remanentes de un vintage”, el primer libro editado en
España por el cubano Osmán Avilés.
Osmany
Pérez Avilés es docente, poeta y ensayista nacido en La Habana en 1979, aunque
vive en el exilio desde 2014. Su carrera literaria la ha dedicado en buena
parte al estudio de grandes poetas cubanas, entre ellas: Nieves Xenes, María
Villar Buceta, Cleva Solís, Georgina Herrera, Dulce María Loynaz, Serafina
Nuñez, y la puertorriqueña Julia de Burgos.
Es
autor de varios libros de ensayo y de poesía: Pilares de un reino. Una
incursión por la obra de Dulce María Loynaz (Ed. Extramuros, La Habana, 2008); Sonetos escogidos, de Serafina Núñez (Selección y prólogo
de Osmán Avilés)(Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 2009); El manto de mi virtud. Poesía cubana y
uruguaya del siglo XXI. (Ed. Letras Cubanas, Montevideo, 2011); Los extraños monzones. (Ed.
Extramuros, La Habana, 2011); La
persistencia de los fragmentos (Ministerio de Relaciones Exteriores
del Uruguay y Universidad del Trabajo de Uruguay, Montevideo,
2011); Serafina Núñez: la verdad
amaneciendo (Ed. Unos & Otros. Miami, 2015); Interpelaciones. (Ed. Éxodos Poesía, 2018) y Las metamorfosis del agua en la poesía de Julia de Burgos (Isla
Negra Ediciones, 2022).
Entre
sus reconocimientos destacan el premio Luis Rogelio Nogueras 2010 por su
poemario Los extraños monzones, y el premio Ricardo Alegría 2022 por su Tesis de Literatura Puertorriqueña en la
Maestría de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico, premio
que entrega la Academia Puertorriqueña
de la Lengua Española.
Gran
aficionado a la fotografía, con este nuevo poemario Los remanentes de un vintage,
indexado en la colección Biblioteca
Cubana de la Editorial Verbum, Avilés nos pone a prueba a los que, legos en la
materia, nos limitamos a captar de los paisajes de nuestros días infinitas
instantáneas que acaban atascando nuestros móviles. Él va un paso más allá,
indaga en la historia de este gesto, en los nombres que desde los comienzos sintieron,
como él, el deseo de capturar la imagen, el poder de guardarla, retenerla para
siempre. “La fotografía se descubre, / se
escruta, se describe, / se fabula y se vive. / El mundo sería un caos / sin su
existencia”, escribe en Exordio,
a modo de introducción: “No hubiera
existido Nicéphore Niépce, / el verdadero inventor”.
En El Negativo, título que da a una
primera parte, dedica un poema a Louis Daguerre, personaje que, según la
historia, ocultó sus trabajos a su mentor, socio y amigo Niépce. De él escribe:
“Monsieur Daguerre / ha anunciado un
invento para sus coetáneos. / El primer invento para los que tienen todo / y
una perfecta sonrisa pensada en la fortuna”. Cita también a William-Henry
Fox Talbot, pionero de la fotografía, creador de la primera imagen foto-génica
en Escribir con la luz: “Quienes
conocieron el espíritu romántico de Talbot / se abrazaron a la esperanza, / a escribir con la luz el esplendor de
una rosa”.
En
su observación, porque la creatividad y la sugestión se lo permiten, juega con
Manet y la mirada de la joven modelo que posa desnuda para su óleo Almuerzo sobre la hierba: “Del óleo casi fresco su figura / salta, busca probar el nuevo invento; / está el obturador en su pupila”; y hasta
se calza las botas de un reportero en zonas de conflicto: “Guerras hubo siempre, / pero no documentadas en imágenes; / ya los
héroes tienen rostro / y los muertos no son anónimos”.
Nombres
y momentos que componen el puzzle de la historia con la captura de sus imágenes:
la estatua de un condecorado Valeriano Wayler a caballo, que preside una plaza
en esta orilla; pero, en aquella, nos descubre Osmán el otro retrato imposible
de olvidar, el que guarda la memoria de los hechos oscuros negados a los textos
que leemos aquí y contrarios a los que le merecieron el bronce; reposadas
pausas de poetas en fértiles bibliotecas; recuerdos de una isla “rizada por el viento y pintada por el sol”;
partos y funerales premonitorios, como el del creador de la marca Kodak: “sonido de la cámara de un genio / nombre
inspirado / en el lenguaje de los niños”, es George Eastman, que puso al alcance
de todos “la fotografía para aficionados”
antes de suicidarse; y el sueño frustrado de aquel niño, hoy poeta que escribe “Primero llega la alcancía. / Mes por mes
una moneda / con que provocar la esperanza… / Ahora no encuentro una Bioflex en
las tiendas”.
Fotogramas es
el título bajo el que se reúnen un segundo grupo de textos que incluye epigramas,
aforismos, poemas… Y un soneto. Tal vez encontró hueco en este libro en
solitario homenaje a tantos como Osmán ha estudiado. Fotografía endecasílaba
que se dispara ante el colorido de un Valle
de viñales: “Ante estival llanura
paraliza / el verde —vastedad de soñadores— / y en la cima, los ojos voladores
/ pasean inusual roca caliza”. Versos de una foto de paisajes con música y
corsé que contrastan con los que después ahondarán en el lance de la
instantánea, en los motivos del artista, en las excusas del modelo, en la
veracidad de las formas que al final quedarán atrapadas, en su falsedad o en su
vergüenza, en la vanidad que anda siempre revoloteando entorno a los gestos de
un posado, y en el negocio que convierte al artista en mercader: “A mis amigos los fotógrafos / ebanistas de
siluetas inconformes / el alma les huele a nitrato de plata. / Punición por la
constancia en sus ojos”.
Capítulo
de extremos, cabe en Fotogramas
desde la capacidad de hallar un vínculo premonitorio y oscuro entre los colores
y posturas de una portada de la revista Rolling
Stone y un posterior asesinato (“El
arte pasa también por el tamiz de lo casual. Ahí, donde el lenguaje guarda sus
signos, está cautivo el mensaje de Annie Leibovitz, la última fotografía de
John Lenon”), hasta el deseo de “ser
aroma / o el néctar de esa flor / para volar con ella / y jadear sobre otras
regiones” que disfrutamos en La
mariposa y el fotógrafo.
Cierra
el libro un último capítulo: El Revelado.
Revelar es descubrir, manifestar lo que estaba oculto. Osmán contempla viejas
fotografías, tal vez en alguna exposición o en viejos recortes de prensa, o encontradas
en Internet, hoy trastero de casi todo, hasta de El día que se estrenó el daguerrotipo en La Habana, allá por 1940. Reflexiona
en prosa Frente a una antigua imagen.
Ensaya, a veces imagina. Conversa con las personas que habitan en ellas, con
sus gestos… Señala sus arrugas —él sabe como podría suavizarlas—. Adereza los
tejidos de sus ropas. Nombra preciso los objetos que componen cada rincón de la
instantánea. Inventa. Supone el por qué de su tristeza: “Hay un falso silencio en el color sepia. Brilla su mantilla
preciosamente bordada sobre la que se descubren los aretes. Un anillo (de
compromiso) en su mano derecha puede ser la causa de su expectación y el jarrón
con rosas, vestigio de auroral primavera”. Sabe la historia, el contexto, las victorias y
fracasos, los trucos viejos de mala magia, los fraudes de los antiguos “ebanistas
de siluetas inconformes”, como en el Falso retrato del general paraguayo W. Robles. Repasa viejas fotos
familiares llamado tal vez por la añoranza de su tierra, por las voces amadas
que ahora endulzan su recuerdo. Acude a esas piezas del puzzle de su vida: Travesura familiar, Frente a un fotógrafo de
estudio (dedicado a su hermano Eduardo), son ejemplos de estos flashes.
Y Un arbre millenaire , por fin, que no es
otro que el drago milenario de Icod de los Vinos, en Tenerife. Allí estuvo su
abuelo “soñador y aventurero” y dejó
el momento inmortalizado con una foto y una carta en sus memorias: “Le 4 mars. Salut, ma mére e toutte la
familla, Je suis en Espagne, spécifiquement á Tenerife, une île belle”.
En
ella estrechamos nuestras manos el pasado verano Osmán y yo, en Puerto de la
Cruz, donde intervino en unas conversaciones sobre literatura organizadas por
el Instituto de Estudios Hispánicos
con sede en dicha ciudad, a las que sediento de literatura asistí. Allí nos
concocimos, allí me revelaba uno de sus sueños: publicar en España. Sueño que medio
año después es una realidad con Los remanentes de un vintage.
Leopoldo Espínola, marzo de 2023
Esta reseña se encuentra editada en Luz Cultural
2 comentarios:
Excelente
Gracias, amigo/a anónimo/a
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