10 junio 2023

La escalera del Manijero



A Antoñín el de La Nati


Cae el recuerdo como el aceite nuevo,
—turbio y dorado— impregnando
mi escritorio, almazara de palabras
en sabatino albor de otoño.

Una foto en la pantalla
me llama a caminar las lomas
donde rompe sierra adentro
su oleaje de plata el olivar.

Sobre un centenario y nudoso
pie de olivo, recuesta la escalera
su olvido de castaño,
estrado de un maestro
en el arte de mimar,
preñar con abundancia la arboleda.

Fueron años de piqueta y tijeras,
crudo el invierno de aquellas cuadrillas.

Por parejas aliviábamos del daño
de las varas afanosas, de las sierpes
la redonda espesura de la fronda:
abríamos al aire, al sol el árbol,
sus ventanas para la rapa venidera
mientras fría hibernaba la savia.

Aún la madrugada era de hielo,
negra cúpula estrellada, cruzaba
el manijero —solitario y amplio hollar—
la oscuridad tupida en la vereda:
siempre al tajo llegó el primero.

Él nos enseñó cómo agua y asperón
convierten calabozo en bisturí;
cómo vuelto el filo hacia la copa,
sin desgajar ni herir, parten las ramas;
cómo afinar a tijera y mano limpio
el escamujado… Y cómo limpio
de brandys y aguardientes
se debe el jornalero a este trabajo.

Para despabilar el día hablaba,
atizaba, reía con las bromas
necesarias entre hombres, que la risa
cultiva el grupo de amistad
y reparte solidarios los esfuerzos…
Y siempre atento al afilado avance
del metal en manos del novato.

—“¡Niño!, ¿ya es la hora?”— ,
preguntaba cuando el Sol clavaba
vertical sobre la tierna hierba
la sombra del olivo.
—“Ya es, maestro”— le respondía.
—“¡Pues llégate a por él!”—.

En su zurrón rozado guardaba
para compartirnos —joven,
blanco y seco— el Andrade
de Bollullos del Condado.

Fueron varios febreros aprendiendo,
respirando fríos amaneceres encarnados:
las hogueras de ramón, sus columnas
de humo blanco fugitivo lento
como el tiempo cuando marcha
sin retorno hacia poniente.

Llegado mi abril, sus pétalos de vida,
su aguacero implacable me borraba
de aquel aula casi todas las lecciones.

Y como él miró por cada olivo,
miran hoy sus hijos por sus pasos:
Ronda sano los noventa,
algún tropiezo, pocos,
solo algunas mellas,
que de tanto amolar
también se arruina el cuerpo.

La escalera recostada, olvidada
junto a la peana, ennegrecida
y pasados sus peldaños,
es memoria en la foto
del oficio milenario del aceite;
del oficio origen de esta tierra
que aún transita hoy bajo sus cielos
gracias a los manijeros como él,
del oficio que estos aprendieron
para que no muriese el árbol,
para que no mueran los pueblos.

2º Premio de Poesía 
XXVIII Certamen Literario "Ciudad de Cantillana".

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