La Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores cumple 20 años descubriendo y formando talentos en la poesía. Para celebrarlo, ha editado con el sello editorial de Juancaballos de Poesía, Islas Errantes. Una antología de veinte poetas escogidos, con no poca dificultad, entre 20 promociones de estudiantes residentes, según escribe en su presentación el poeta Ben Clark, Becario de la III Promoción y Tutor de Poesía en dicha institución. "No ha sido fácil resumir dos décadas de poesía — dice Clark —. Podríamos, sin duda, crear veinte Antologías iguales en calidad, pero muy distintas en el contenido".
Al pasar las ahuesadas hojas —en una de ellas, una foto en blanco y negro de las escaleras de la Fundación, en cuya pared un retrato de don Antonio Gala parece cobrar vida en el rellano— es mejor sentarse. Reposar la espalda en el sofá, acomodarse para la lectura, no para dormir, sino para saborear las dos siguientes intervenciones, cortas pero intensas y certeras.
Tres carillas llena un breve prólogo, Dame una palabra de Antonio Muñoz Molina. Leerlas de pie es arriesgado. Identificarse en su contenido es fácil si se ha experimentado la poesía, y sentirse a la intemperie, descubierta o descubierto, puede aflojar las rodillas. Yo, me tuve que sentar. Son dignas de memoria.
Como una descarga, las palabras del ilustre académico español van venciendo la coraza, adentrándose por los capilares hasta tocar el alma. "Es asombroso que la poesía nunca deje de escribirse" infiere para atraparte el ubetense maestro de la narrativa. Sabe que este libro se abrirá entre las manos de poetas. Escribe con esa certeza. Aprieta. Secciona con su plumín la hoja "(...) que siga habiendo gente que escucha la llamada de la poesía y que decida seguirla, a perseverar en ella (...)". Y mata, hunde hasta la contera su estilográfica: "(...) sabiendo que la recompensa, si alguna vez llega, será siempre modesta (...)". En ese punto deja al lector, sospechoso de poeta, a la deriva, como si la esclarecedora lectura le arrastrase y dejase que naufragara su ego herido. Ahí, sabedor del deshaliento que pueden infligir sus palabras, ofrece como bálsamo salvavidas el micropoema de Borges:
un poeta menor
La meta es el olvido.Yo he llegado antes.
Compara, tal vez recordando a Margarit, al músico de jazz con el poeta. Los iguala en el esfuerzo de ambos por esos "momentos de exaltación íntima, o de comunión casi secreta, pero que difícilmente les darán algo de brillo, y desde luego apenas les darán para comer".
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