24 mayo 2018

Lo que convierte la noche en luz (fragmento)


En una vieja película de Jean-Luc Godard (Lemmy contra Alphaville, 1965), de aquellos remotos tiempos en los que la literatura todavía se infiltraba en los fotogramas del cine negro, se pueden encontrar rótulos tan improbables como este: «Poesía es lo que convierte la noche en luz». Y, si hemos de creer a Francisco Brines, la poesía consiste justamente en eso, en «tantear en las sombras en busca de luz». A esa labor de conocimiento y de revelación, que tiene no poco de prodigio y es consustancial al menester del verdadero poeta, se aplica Leopoldo Espínola en su último libro, Las fuentes de la luz.


Nos encontramos, en efecto, ante una colección de poemas escritos entre 2010 y 2018, ocho años que son también los que tiene Alba, parte ya inseparable de la vida del autor. En esos ocho años se abarca no solo toda una vida nueva, sino también una etapa decisiva en esa otra vida del yo poético que debe afrontar su propia madurez desde una situación inicial de desamparo.

La estructura del libro constituye, a mi juicio, un acierto rotundo. Se divide en tres secciones: «No eternidad», donde el sujeto lírico (esto es, la voz que se expresa en los poemas) retorna a sus orígenes y se reencuentra con un pasado que se desmorona; «Peldaños», cuyo epígrafe ilustra con claridad  el itinerario de reconstrucción personal como un ascenso paulatino; y «Las fuentes de la luz», con la que se cierra siquiera provisionalmente esta búsqueda de la serenidad y se certifica la aceptación del presente con nuevos hallazgos.

La incertidumbre ante el porvenir asoma en no pocos poemas desde las primeras páginas, y está en la raíz del que me parece el más logrado de todos, el espléndido «A la deriva», de exquisita ligereza.

Manuel A. Durán Velasco
Fragmento del preámbulo del libro Las fuentes de la luz


A la deriva
                                                        Para Eva, Javi Ruiz Peña
                                                         y sus hermanos.

Aunque navegue
bajo huracanes hueca
de hogar y rostros,

aunque su luz
marchita, hilo su voz
despelucada,

aunque su rumbo
ceda siempre al timón
de vuestro brazo...

siente que flota
en vuestro mar su cuerpo
a la deriva. 


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