En una vieja película de Jean-Luc Godard (Lemmy contra Alphaville, 1965), de
aquellos remotos tiempos en los que la literatura todavía se infiltraba en los
fotogramas del cine negro, se pueden encontrar rótulos tan improbables como
este: «Poesía es lo que convierte la noche en luz». Y, si hemos de creer a
Francisco Brines, la poesía consiste justamente en eso, en «tantear en las
sombras en busca de luz». A esa labor de conocimiento y de revelación, que
tiene no poco de prodigio y es consustancial al menester del verdadero poeta,
se aplica Leopoldo Espínola en su último libro, Las fuentes de la luz.
Nos encontramos, en efecto, ante una colección de poemas
escritos entre 2010 y 2018, ocho años que son también los que tiene Alba, parte
ya inseparable de la vida del autor. En esos ocho años se abarca no solo toda
una vida nueva, sino también una etapa decisiva en esa otra vida del yo poético
que debe afrontar su propia madurez desde una situación inicial de desamparo.
La estructura del libro constituye, a mi juicio, un
acierto rotundo. Se divide en tres secciones: «No eternidad», donde el sujeto
lírico (esto es, la voz que se expresa en los poemas) retorna a sus orígenes y
se reencuentra con un pasado que se desmorona; «Peldaños», cuyo epígrafe
ilustra con claridad el itinerario de
reconstrucción personal como un ascenso paulatino; y «Las fuentes de la luz»,
con la que se cierra siquiera provisionalmente esta búsqueda de la serenidad y
se certifica la aceptación del presente con nuevos hallazgos.
La incertidumbre ante el
porvenir asoma en no pocos poemas desde las primeras páginas, y está en la raíz
del que me parece el más logrado de todos, el espléndido «A la deriva», de
exquisita ligereza.
Fragmento del preámbulo del libro Las fuentes de la luz
A la deriva
Para Eva, Javi Ruiz Peña
y sus hermanos.
Aunque navegue
bajo huracanes hueca
de hogar y rostros,
aunque su luz
marchita, hilo su voz
despelucada,
aunque su rumbo
ceda siempre al timón
de vuestro brazo...
siente que flota
en vuestro mar su cuerpo
a la deriva.
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