El otro día, al amanecer, en el
portal de casa:
“¿Qué es esto? No, creo que no es
la mía. La metí debajo de la cama. Quién iba a traerla hasta aquí. No, no puede
ser mi maleta. Pero, mirándola bien, sí que podría ser. A ver, parece abierta,
y un poco golpeada… ¿Es mi ropa la que está dentro?, pero estos son mis zapatos. ¡Vaya! Juraría
que ayer cuando llegué de currar la vacié y la guardé debajo de la
cama. Vamos a ver, aquí está pasando algo raro. Recapitulemos: anoche llegué del
aeropuerto, entré en casa y le di un beso a Luisa. Deshice la maleta y la metí
debajo de la cama. Después, después… ¡Ah, eso es!, después me llamó Juan para que
fuésemos a ver el partido que lo daban en el bar. Acabó y Juan se marchó, yo me
quedé con… Pero, a ver, a ver, el partido ¿fue ayer o antes de ayer?, ¿cuándo llegué yo de viaje?”
En esas estaba cuando la ventana
del primero se cerró de un portazo y el retrato de mi madre me golpeó en la
cabeza.
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