13 octubre 2022

¡Escucha, escucha, es el Loco de la Colina!

Las noches de verano de principios de los ochenta no diferían mucho de las de ahora en cuanto a la temperatura. Si hablamos del ruido nocturno por las calles de Alanís, la cosa cambia... A falta de aires acondicionados, el escaso fresco que se ofrecía era el que podía entrar en la casa por los balcones abiertos toda la noche, con solo una cortina calada y con las persianas descolgadas por fuera de las barandas como barrera. A veces, hasta la cortina sobraba. Cuando se descorría, abríamos el paso al poco fresco que se movía sobre los adoquines y a todo tipo de insectos.
Recuerdo una madrugada que me despertó un saltamontes enorme. Se metió en la habitación chocando contra los muebles. Estuvo saltando por encima de las camas hasta que se cansó. Sus patas de sierra siempre me han dado grima, así que a pesar del calor me cubrí con las sábanas. Hubo un momento en el que pude sentir cómo se posó encima de mi. Pero nadie se levantó a matarlo o echarlo, ni mis hermanos por pereza, supongo, ni yo por asco, no lo sé… Yo resistí hasta que por fin saltó de mi cama y consiguió salir. Eso sí, acabé sudando la gota gorda debajo de las sábanas. Con los mosquitos se organizaban verdaderos recechos. Era escuchar el violín y se encendían las luces hasta que se le daba muerte sobre alguna pared. Allí quedaba la mancha de sangre humana digerida por el insecto en su última cena como trofeo hasta que mi madre la veía y procedía a eliminar las pruebas del crimen.
Sobre la mesilla de noche había un enorme radiocassette Sanyo que mi hermano trajo cuando se licenció de la mili en Canarias. Recuerdo que había un día a la semana que no escuchábamos ni a los Beatles, ni a Cat Stevens, ni a Demis Ruossos, ni a Albano… Esa noche, creo que de domingo y a partir de las doce, para acompañar al sueño a nuestros sofocados cuerpos, venían desde una lejana colina y hasta llenar el espacio silencioso de nuestra habitación, la música envolvente de Pink Floyd, Mike Olfield, Jarre, Alan Parsons, Paco de Lucía, El Pali... y una voz que mitigaba con palabras nuestro sudor. “¡Escucha, escucha!”, me decía mi hermano, “es el Loco de la Colina”. Yo callaba y escuchaba esperando reírme o asombrarme de alguna locura de aquel locutor extraño. Doce o trece años tenía, los años que ahora tiene mi hija, y yo callaba y escuchaba, a veces no entendía de qué hablaba, o de qué se reía mi hermano… La música a veces era rara, pero yo callaba y escuchaba. Aquella voz me cogía de la mano, me envolvía en su ambiente y, cuando quería darme cuenta, ya flotaba en los brazos de Morfeo.
Años más tarde, atando cabos, descubrí el rostro de aquella locura en televisión, y la boca que entregaba esa voz andaluza de azahar y madreselva, cálida y robusta a la vez, llena de matices agradables, que invitaba a la reflexión profunda con su aroma de cultura, de arte, de sabiduría, de valentía, de justicia… y esos silencios hondos y largos que solo se dan en una plaza de toros antes de la suerte suprema, o entre los versos de la buena poesía. También aprendí después como se las entienden los “medios de descomunicación” con los que no venden su palabra al mandato de las audiencias. Descanse en paz un periodista como Dios manda.
#JesusQuintero

Leopoldo Espínola
Octubre 2022

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